QUE ES SER CARIBE
Guajira, Cesar, Sucre, Córdoba, Magdalena, San Andrés, Bolívar, Atlántico, no son nombres de dioses, son tierras tan benditas como su gente. El que tenga la fortuna de pisarlas quedará encantado de por vida…
Este es un mandato verdadero, tan real como el mar, el sol, la arena y la brisa con olor a pescao frito.
El caribe de Colombia tiene una identidad tan propia e irremplazable como cualquier bestia marina. No hay quien se atreva a domarlo, su espíritu es libre y chabacán.
Escandalosos sí, fiesteros también, tan llenos de sueños como el horizonte mismo.
Nuestras pretensiones son el goce, la felicidad absoluta y el deseo de parranda.
No es que seamos flojos, es que el sol pica demasiado a las 12 del medio día como para trabajar.
Tenemos historias que contar, leyendas de amores reales y mágicos que descansan en los sones de un buen vallenato, en la sal apilada de Manaure, en el fondo de la Cienaga Grande, en las cercas ganaderas, en las murallas imperturbables, tras la mascara de la marimonda, y hasta en los cueros de un tambor cumbiambero. Sólo basta tener los sentidos predispuestos y el corazón espernancao para ser testigos de tan bacana experiencia.
En este mítico lugar el romance sirve de oxigeno, aquí el tiempo alcanza Pa’ todo. La principal fuente de energía se obtiene del abanico y si éste gira mucho mejor.
Así que péguese la rodadita, o mejor aún, échese el viaje para estas tierras consentidas por Dios.
Este es un mandato verdadero, tan real como el mar, el sol, la arena y la brisa con olor a pescao frito.
El caribe de Colombia tiene una identidad tan propia e irremplazable como cualquier bestia marina. No hay quien se atreva a domarlo, su espíritu es libre y chabacán.
Escandalosos sí, fiesteros también, tan llenos de sueños como el horizonte mismo.
Nuestras pretensiones son el goce, la felicidad absoluta y el deseo de parranda.
No es que seamos flojos, es que el sol pica demasiado a las 12 del medio día como para trabajar.
Tenemos historias que contar, leyendas de amores reales y mágicos que descansan en los sones de un buen vallenato, en la sal apilada de Manaure, en el fondo de la Cienaga Grande, en las cercas ganaderas, en las murallas imperturbables, tras la mascara de la marimonda, y hasta en los cueros de un tambor cumbiambero. Sólo basta tener los sentidos predispuestos y el corazón espernancao para ser testigos de tan bacana experiencia.
En este mítico lugar el romance sirve de oxigeno, aquí el tiempo alcanza Pa’ todo. La principal fuente de energía se obtiene del abanico y si éste gira mucho mejor.
Así que péguese la rodadita, o mejor aún, échese el viaje para estas tierras consentidas por Dios.
En Colombia y el mundo se habla mucho de lo caribe, de su identidad y de las características de la región y sus habitantes. Resolver la cuestión sobre la formación y composición del Gran Caribe es lo único que dará luces para entender su presente y así construir su futuro; un futuro en el cual el Caribe no navegue a la deriva en un mar de contradicciones, intereses encontrados propios y extraños, saqueos y apropiaciones lícitas e ilícitas.
Descifrar el cardumen de acertijos que boga en el Caribe desde la llegada de Colón y saber elaborar unas cartas de navegación legibles, dará la claridad suficiente, y si bien ello no calmará las corrientes ni las tempestades que lo cruzan y a cuyos vaivenes flota, por lo menos su comprensión permitirá aprovecharlas y ponerlas al servicio del desarrollo.
Hay una pregunta clave cuya tradicional respuesta fácil surge de la ignorancia: ¿Qué es ser caribe? Ser caribe es mucho más que expresar una supuesta alegría innata, hablar de cierta forma, ser creativo y ocurrente, y vivir danzando en medio de ritmos musicales íntimos.
Eso es importante y hay que promoverlo porque es el único lenguaje uniforme que tienen los habitantes de la Gran Cuenca del Caribe; pero es solo una parte. Ser caribe es muy difícil. O mejor, llegar a ser caribe, de verdad caribe, es algo complejo y serio. En el caso colombiano es mucho más profundo que un “juepajé” o un “ayhombe”.
Para algunos esa apetecida, diagnosticada y discutida región debe seguir allí en la superficie (y hasta válido será, por ese sosiego vacío propio de la ignorancia humana) chapoteando sobre esa espuma alegre y colorida, y a lo mejor sus habitantes sigan viviendo como lo han hecho durante los últimos cinco siglos (hoy me incluyo), a veces amodorrados como las naves de Colón cuando el viento dormía, o a veces atormentados por huracanes como le pasó a tantas naos europeas que se aventuraron por este mar indescifrable.
Y sí…, nos podemos quedar allí a merced de los vientos, a ras, sin preguntarnos mucho, sin indagar demasiado, pero el fin está cantado: seguiremos en un “alegre” subdesarrollo, en una “rítmica” escasez, en una “exótica” idiosincrasia disfrazada para el turismo, y en una “explosiva” creación artística, pero en un estancamiento pétreo que no nos perdonaremos más, ni nos perdonarán nuestros descendientes, propiciado hoy más que nunca por el salvaje mundo globalizado, siempre acechando por lo ajeno para absorberlo.
El mar Caribe ha sido más un medio que un fin durante toda la historia. Un medio “para llegar a” alguna parte, un medio “para salir hacia” otra parte, un coto de caza, un ring de pelear y arrebatar riquezas, de sacar ventajas políticas ajenas y de urdir estrategias imperiales. Un utensilio hasta para extraer el arte e incluso la alegría así parezcan inagotables.
“La condición de crucero del mundo por el lugar geográfico donde nos ubicamos hizo confluir la presencia de las principales potencias colonialistas desde el siglo XV hasta el XX”, dijo la historiadora habanera Francisca López Civeira, “Paquita”, hablando de Cuba pero aplicable a todo el Caribe. Hoy, a costa de sus carencias y pleitos, al Caribe se lo siguen disputando potencias como Rusia, Irán, Israel y EE.UU.
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